El aumento de la inversión de las empresas en políticas socialmente responsables es algo innegable. Según el IV Informe del impacto social de las empresas de SERES-Deloitte, en un año los fondos destinados a RSC se han incrementado un 22% hasta alcanzar los 439 millones de euros.

Las razones que explican este interés han ido cambiando conforme aumentaban los presupuestos y es que lo que inicialmente empezó como una cuestión de imagen, un valor añadido algo cínico y difuso, ha pasado a interiorizarse en la cultura empresarial de tal modo que se buscan nuevas formas de aportar mejoras a la sociedad con pleno convencimiento. Si la competencia ahora también invierte en proyectos sociales, si ya es algo extendido, se entiende que se ha naturalizado así que lo suyo es integrarla por completo en la gestión. A todos los niveles.

Los comportamientos de las empresas, como organismos que forman parte de la sociedad, repercuten sobre sí mismas negativa o positivamente, por tanto, podemos ampliar el concepto de empresa socialmente responsable a cualquiera cuyas prácticas alineen los intereses de sus accionistas con los de los demás grupos de interés. Es decir, que la empresa genere beneficios económicos no está reñido con que genere beneficios sociales, lo que tradicionalmente ha generado bastante debate al ver a las grandes corporaciones como devoradoras de calidad de vida de sus empleados, proveedores, etc.

La clave de este asunto remite siempre a la relación de dependencia entre la empresa y su contexto. Si se utiliza la iniciativa de interés general para mejorar la calidad de vida de su entorno se estará invirtiendo simultáneamente en la propia empresa y mejorando sus perspectivas económicas a largo plazo.

Un ejemplo sería el del Premio Nobel de la Paz, Muhammad Yunus, que le propuso al presidente de Danone, Franck Riboud, una colaboración para establecer una fábrica en Bangladesh que produjese un yogur que los pobres se pudieran permitir y que fuera rico en vitaminas y hierro con vistas a mejorar las condiciones de vida de los niños bangladíes. El hecho de cobrar por los yogures permite la sostenibilidad de la fábrica y el poco beneficio obtenido se queda dentro de la misma compañía, con lo que puede seguir creciendo.

Pero no hay que irse a India para ver ejemplos de filantropía estratégica, es cuestión de reflexionar, romper esquemas mentales precocinados y plantearse la posibilidad de que un negocio pueda abarcar más y mejor terreno y, al mismo tiempo, generar beneficios. Por ejemplo, la Fundación Adecco tiene como misión la integración de personas con discapacidad en el mercado laboral.

Esta limitación conceptual es el resultado de la hegemonía de la economía tradicional, en la que los intereses de los implicados van en diferentes direcciones. Por eso es necesario instruir a los empresarios (especialmente a los emprendedores) y fomentar la adopción de este nuevo modelo de negocio es algo con lo que ya se han puesto manos a la obra muchas entidades con visión progresista, desde organismos públicos hasta entidades sin ánimo de lucro, que buscan una mayor justicia social.

Si esta fórmula de inversión responsable estratégica sigue siendo excepcional es porque seguimos inmersos en una cultura que perpetúa la idea de las corporaciones como entes malignos, temidos pero admirados al mismo tiempo. Y es en esta secreta admiración hacia el sistema capitalista, que se personifica en la figura del empresario individual como reflejo del triunfo, donde se sigue transmitiendo de generación en generación una lógica económica que pocas veces se cuestiona como única opción.

En el caso de España, la responsabilidad de mostrar nuevas vías y alternativas de negocio y premiar las actitudes empresariales responsables, recae en el Estado o, cuando éste falla, sobre las fundaciones. La Fundación CREAS es pionera en España en utilizar la inversión de impacto. Fomenta un modelo de empresa que, siendo responsable, genere valor social, económico y medioambiental, y no le da apoyo sólo a través de la financiación, sino que proporciona soporte activo a sus directivos, entra en su accionariado y las introduce en una red de profesionales altamente cualificados.

Con esto no se pretende concluir que otras formas de aportación sean menos válidas; hay muchas acciones sociales que necesitan impulso, pero no están alineadas con ningún fin corporativo. Lo que sí que hay que entender es que para que una empresa se considere verdaderamente responsable tiene que empezar por invertir en sí misma, en su propia filosofía y gestión interna.

En PYMEF trabajamos con fundaciones que quieren campbiar el modelo empresarial imperante por un modelo socialmente responsable y que genere valor. Ayudamos a que las fundaciones crezcan y a que alcancen sus objetivos. Escríbenos a info@pymef.org y trabajemos juntos.